martes, noviembre 30, 2004

Corderos y moscas

El Señor de los corderos cuida de sus corderos. El Señor de la moscas cuida de sus moscas. Pero nosotros, que no somos ni corderos ni moscas, nos cuidamos solos.
¿Y vos? ¿Vos qué sos?

lunes, noviembre 29, 2004

Plaza Once

Plaza Once. Tres mujeres con polleras y camisas blancas de manga corta, un anciano seco y raquítico y una nena de unos diez años cantan alguna cosa que yo, desde mi colectivo en el que muero de calor, no puedo escuchar. Es una canción religiosa, lo sé. Cantan de pie, formando un círculo y una de la mujeres agita una pandereta de juguete. Me fijo sobre todo en la nena, atento a su inútil esfuerzo no por parecer entusiasmada, sino por estarlo verdaderamente. Debe ser difícil rodeada de ese grupo de almas que tratan de arañar algunas gotas de la teta empobrecida de Dios, rodeadas a su vez por un flujo de perfecta indiferencia. Solo la leche amarga de las ciudades fluye copiosamente. Me estremece esa batalla desigual contra la adorable indolencia, a la que este escuálido círculo se rehusa a adorar. Trato de imaginar el futuro de la criatura, sometida a creer cientos de cosas entre las que Dios no será acaso la más agobiante ni la más absurda. Arranca el colectivo, pero el calor sigue siendo asesino.

Y sin embargo...

Una vez transcribí este Haiku de Basho en un pizarrón del patio:

Últimos días de primavera
Los pájaros gritan
Lágrimas en los ojos del pez.

Durante el recreo, una adolescente muy bonita y muy mala estudiante, después de leerlo y fruncir el ceño, me preguntó qué quería decir, especialmente eso de “lágrimas en los ojos del pez”. Le dije que no sabía, que lo pensara y me dijera si había llegado a alguna conclusión al recreo siguiente. Sinceramente, pensé que ella lo olvidaría, distraída en otras cosas, y sin embargo, cuando sonó la campana (sí, había una campana de verdad) y salió de su aula, se acercó y me dijo, menos asertiva que inquisitivamente: “El mar...?”

viernes, noviembre 26, 2004

Post-metafóricos

Verdaderamente puede ser una experiencia angustiante circular entre personas que han hecho de la literalidad su castillo invulnerable al asedio de la metáfora, aún de la más inofensiva y simple. Aquellos que tienen esa manera de habitar el lenguaje entre los muros más estrechos conforman las vastas huestes de los llamados "premetafóricos". Eso resultaría algo consolador, en la medida que ese prefijo nos pone del lado "sofisticado", pero lo cierto es que yo me siento tan anacrónico entre ellos que creo que lo más correcto sería llamarlos "post-metafóricos".

Una experiencia: En un examen, los estudiantes no pudieron descular una clara metáfora que está en "La belle dame sans merci" de John Keats. Sorprendido, copié en el pizarrón la primera estrofa de un soneto de Miguel Hernandez:

Por tu pie, la blancura más bailable,
donde cesa en diez partes tu hermosura,
una paloma baja a tu cintura,
baja a tierra un nardo interminable.

"¿Qué quiere decir esto?" pregunté. Y la respuesta fue: "Es una señora que le está dando de comer a las palomas". Ese día decidí que ya nunca más volvería a dar clases. Es el trabajo más humillante que me ha tocado hacer en la vida.

miércoles, noviembre 24, 2004

Y Dios dijo...

Y Dios dijo: No es bueno que el hombre esté solo. Pero hay cosas
peores...
Y Dios dijo... Yo soy el que soy, pero a veces soy otro.
Y Dios dijo: Y soplaré, soplaré y soplaré... pero después se acordó
que ese parlamento lo había destinado al lobo feroz...
Y Dios dijo: me aburro. Y hubo tedio en el reino de los cielos.