viernes, junio 30, 2006

Sugerencia

Anoche, al regresar a casa, vi en un kiosko un titular que decía “Desapareció el cantante de Intoxicados”. Creo que era de diario Popular. No pude evitar pensar que una pluma más diestra en matices hubiera titulado:

“El cantante de Intoxicados se hizo humo”.

Ahora más que nunca

Do not go gentle into that good night.
Rage, rage against the dying of the light.

martes, junio 27, 2006

E anche il vino non sa che di nebbia. (C. Pavese)

El fin de semana hice un puchero machazo. Lo acompañé con malbec y lluvia y niebla.

viernes, junio 23, 2006

He estado sentado

He estado sentado viendo un desfile de gente que viene y me explica el mundo. Las explicaciones siempre son tristes. ¿Hay algo que a la larga no lo sea? Yo nunca le explico el mundo a nadie. Las pruebas cansan la verdad, decía Braque. Yo estaba cansado antes de empezar.

He estado sentado en un país extranjero y ha venido un asesino a matarme. No tuvo suerte. Lo perdoné. En cualquier caso lo hubiera perdonado. Mateo 5: 39 ¿Tengo más mérito, puesto que no soy creyente?

He visto suficiente maldad y he escuchado a continuación demasiados brutos predicar la fe en la educación. Bienaventurados los que creen. Yo no tengo esa ventaja. Creeds and schools in abeyance (W. Whitman)

Pero hoy es viernes, el día de Venus. Olvidemos todo esto y bebamos hasta perder el sentido.

martes, junio 20, 2006

Renato Cesarini y el arte de la seducción

El maestro Renato


Renato Cesarini solía explicar a sus delanteros cómo evitar caer en el temido off side con un genial enunciado: “Usted hace que va, y no va, pero va.” Y es que ciertamente no hay nada peor que ser detenido en un ávido pique por un banderín solferino y quedar fuera de juego. Por eso hay que saber fingir (si no, estás frito, decía Céline).

El poeta es un fingidor que finge constantemente,
que hasta finge que es dolor, el dolor que en verdad siente.


(Fernando Pessoa)

Así también el deseo. Entonces hago que voy, pero no voy, y hasta ahí la histeria. Sin embargo el imperativo insoslayable es ir, lo sabemos. Entonces voy. Como estos endecasílabos de Miguel Hernandez (aunque en ellos no se trata de “ir”, sino de “irse”, que no es lo mismo) en los que resuena la dinámica del gran Renato:

Me voy, me voy, me voy, pero me quedo,
pero me voy, desierto y sin arena


(Aparentemente, ni Pessoa ni Hernandez hubieran caído en off side)

Lo del maestro Renato Cesarini es, en el fondo, una verdadera clase de seducción. Quién sabe si sus delanteros supieron entenderla en su verdadera magnitud.

jueves, junio 15, 2006

Cuirassier blessé à cheval

Anoche, después de cenar, bajé de la biblioteca el episodio “Le tour de Gaule” de Asterix para prestárselo a mi chica. Mientras lo hojeaba, me encontré con una fotocopia de un dibujo de Theodore Géricault, llamado Cuirassier blessé à cheval (Coracero herido a caballo). Esa fotocopia presidió durante cinco años mi pizarrón de corcho y durante cinco años yo fui ese coracero herido. Podría decir que me “identificaba” con él, podría decir que me “sentía” como él, hasta podría decir que “estaba obsesionado” con él, pero lo más justo es, sin dudas, afirmar que durante cinco años YO FUI ese coracero herido.
Más tarde las mudanzas (en todos los sentidos) lo cambiaron de sitio. La épica del coracero napoleónico que regresa vencido desde Rusia con la cabeza vendada y el brazo en cabestrillo acabó por refugiarse en esa otra épica gala, junto a bardos desafinados, comedores de jabalíes y jefes que temen que el cielo caiga sobre sus cabezas.
El dibujo es un estudio, y a mí me gusta muchísimo más que ese otro Cuirassier blessé quittant le feu, que es un óleo, pero que muestra al coracero a pie, llevando al caballo del cabresto. Cuando visité la tumba de Géricault (está en Père Lachaise) le agradecí por haberme ayudado a mantenerme digno en la derrota.




Cuirassier blessé à cheval




Cuirassier blessé quittant le feu




La tumba de Géricault en Père Lachaise

martes, junio 13, 2006

Tautologías otoñales

Cuando salimos de La Continental ya no llovía. Caminamos desde Callao y Corrientes hasta el zoológico (más exactamente hasta un bar sobre República de la India). Por Las Heras, casi llegando a Coronel Díaz, le digo a T: “Estas hojas son hermosas”. Me refería a una espesa línea de hojas muertas amontonadas en el medio de la vereda. No sé si era la lluvia caída, no sé si era la noche o la luz de la avenida, no sé si era el vino, pero esas hojas se veían muy bien, quiero decir, cada hoja se distinguía de las otras. Podría decir que brillaban (en rigor, la primera palabra en la que pensé ahora al recordar la escena fue “glow”).
T estuvo de acuerdo, pero me advirtió “Cuidado que podés pisar un sorete de perro escondido”. Sin fastidiarme le respondí: “la belleza es la belleza, no importa la mierda que haya debajo”.
Creo que él dijo algo así como que, de todos modos, no debería caminar sobre ella.

lunes, junio 12, 2006

Viendo perros (but not for me)

-El problema con los perritos machos es que les puede tocar un animal que sea dominante y eso puede llegar a ser un problema.
-Ah, un macho alfa...
-Sí, yo no quería decirlo de esa manera para no parecer pedante.
-Quedate tranquilo, el pedante soy yo.

viernes, junio 09, 2006

Vin chaud

Entonces esto... que me va a venir muy bien.



(gracias, M.)

lunes, junio 05, 2006

Leiva

Leiva era rengo, manco y tuerto. Se acercaba boleando la pierna que no podía doblar, miraba fijo con su ojos azules -no estoy seguro de cuál daba más miedo, si el bueno o el de vidrio-, y con su mano izquierda se agarraba la muñeca derecha y ofrecía su mano muerta, porque un hombre no da la zurda. Cuando uno ya tenía esa carne pesada entre los dedos, Leiva fingía unos sacudones manipulando la muñeca arriba y abajo con la mano sana . Esa no era su única proeza, también trenzaba cuero -una vez me regaló un rebenque- y tocaba el acordeón, o fingía que lo tocaba. Cómo se había hecho sus heridas nunca llegué a saberlo. Leiva era correntino, y acaso hubiera recibido sus medallas de tullido en algún Lepanto mesopotámico. Lo primero que preguntaba era siempre esto: “¿Qué dice, Don Carlos?¿Me trajo los tubos?”. Entonces mi abuelo sacaba de la camioneta las botellas envueltas en papel y se las daba. Leiva tenía varios perros, algunos casi tan tullidos como él. Yo les tenía miedo y demoraba en abandonar la seguridad de la caja de la camioneta. No sé cómo supe ni si era cierto que cuando se emborrachaba la emprendía a rebencazos con la chancha mala y que cuando iba al pueblo, volvía siempre cruzado sobre el lomo del caballo, que por suerte, o más bien por costumbre, se sabía el camino de memoria.
Poco antes de morir, su cirrosis era tal que se ataba un hilo en los pantalones a la altura del ruedo para no regar de mierda todo el rancho.

Me impresiona saber que yo soy el único que lo recuerda.

jueves, junio 01, 2006

De una madre a su hija

"Inteligente, lindo y con plata queremos todas, nena. Tachá lindo..."