miércoles, octubre 31, 2007

Our own George Costanza

Tengo un amigo -"J"- que es la encarnación argentina de George Costanza. No me refiero a que se parezca físicamente, sino a su siempre sorprendente modo de ser, tan inefable que no voy a empeñar energías en tratar de explicarlo.
Lo que sigue es un diálogo por msn entre él y otro amigo, el Trompo Promiscuo.

J Dice:
Después si querés te cuento porqué Chayanne suspendió su primer show
J Dice:
de buena fuente
TP Dice:
why?
J Dice:
no el que dio en river ahora
J Dice:
sino el que suspendió en velez
TP Dice:
sí, why?
J Dice:
el que decía que no podia cantar
TP Dice:
el playback no funcaba
J Dice:
Comió mango en mal estado en el hilton a la mañana y no podía caminar porque se cagaba todo el tiempo
J Dice:
de buena fuente tengo la data
TP Dice:
jajajajajajajajajaajajajajajajaajajajajajajajajajajajajajajajaja
J Dice:
un virus infernal
J Dice:
casi le hacen juicio al hilton
J Dice:
era una partida vencida que se les escapó
TP Dice:
se le vencieron los mangos
J Dice:
jajaja
J Dice:
tal cual

lunes, octubre 29, 2007

Simbiosis

Mi chica y yo tenemos un provechoso acuerdo que consiste en una sencilla división del trabajo: yo me hago cargo de tratar con las alimañas y ella se encarga de tratar con las personas.
Como todo pacto exitoso, cada uno cree que es el otro el que lleva la peor parte. Es la perfecta simbiosis entre su aracnofobia y mi misantropía.
Aunque no sé si está bien que yo vaya juntando tremenda bola de mal karma por verme en la obligación de dar a las inocentes alimañas el mismo trato que me gustaría administrar a ciertas personas.

martes, octubre 23, 2007

Lavorare stanca

The Boss: ¿No querés preparar una charla para las jornadas?
A.M: ¿Yo? No, creo que no. No vayas a creer que me niego porque me resulte difícil hablar, lo que pasa es que me resulta fácil callarme.

Poco después me tomé un colectivo que pasa por unos lugares muy lindos llenos de gente ociosa y descubrí que los ociosos son muchos. Señoras que juegan tenis un martes a las 11, ciclistas de rigurosas calzas y aerodinámicos chambergos y hasta un par de caballeros vestidos como para un safari practicando pesca con mosca en un charco. Los admiré en silencio y quise ser como ellos. Después volví a concentrarme en mi libro y me olvidé de todo.

miércoles, octubre 17, 2007

Repostería básica

Todas las tardes, al regresar del trabajo, transito las pocas cuadras que separan cierta boca de subte y mi casa. Métro, boulot, dodo es la fórmula que han encontrado los franceses para definir esta anodinia, si se me permite decirlo de esta manera no del todo "accurate". Pero de vez en cuando sucede que esa repetición se ve alterada por un episodio (qué lindo sería poder decir aquí "epifánico")inesperado, un auténtico "accidente". La semana pasada, sin ir más lejos, sentí un golpecito en el hombro que inmediatamente reconocí como una cabal cagada de paloma y sin embargo resultó ser una brutal escupida que comenzó a chorrear hacia la parte de adelante de mi campera por fortuna impermeable. Naturalmente continué caminando como si nada hubiera pasado para no dar a mi victimario (que presumo era un niño -incluso si no lo era- oculto en la impunidad de las alturas) la satisfacción de una reacción violenta o angustiada. Pero el episodio que más me ha conmovido no ha sido ese, sino otro que presencié hace unos días. Caminaba hacia mi casa y pasé frente a la puerta de una pensión que nunca había advertido. Y si esta vez la vi fue porque justo en ese momento se abrió de pronto y salió un muchacho de pelo largo y ojos desorbitados. El pelo lo llevaba atado con una cola de caballo y se podría decir que su sonrisa también era de caballo. Yo no sé si existe algo así como una "cara de loco", pero si tal cosa existiese el molde deberían sacarlo de la cara de aquel muchacho que se lanzó eufóricamente a la calle desde el interior de esa pensión que yo, hasta entonces, jamás había notado. Unos tres metros delante de mí caminaba una señorita de culo insoslayable, no por su belleza sino por el volumen, aunque William Blake ha escrito aquello de "Exuberance is Beauty" y quién soy yo para llevarle la contra. Y ciertamente el chico de la pensión era de la misma opinión que el célebre protorromántico porque apenas divisó -a la luz de un supermercado chino- con sus desorbitados ojos las asentaderas no menos desorbitadas de la muchacha lanzó una especie de chillido animal que me sobresaltó. Inmediatamente buscó mi mirada para compartir el descubrimiento de ese, pongamos, yacimiento de fantasías, pero ante mi poco solidaria negativa a conceder mi complicidad, devolvió su atención al culo insoslayable y ya fugitivo de la señorita al que le dirigió, antes de perderse en el supermercado chino, esta metafórica exclamación: ¡Qué rrrica torrrrrta!!!

jueves, octubre 11, 2007

Candidato

No es que estas cosas tengan mucha importancia, pero él también era mi candidato. Desde acá (y desde acá)lo venimos bancando.

Y ya que estamos voy a plantar una bandera para postular a uno de los que más me gustan (algún día debería dedicarle un post), aunque no creo que yo vaya a tener alguna influencia sobre los suecos. Como le dijo la terapeuta a un amigo: "Ilusiones sí, fantasías no".

lunes, octubre 08, 2007

Uno

He notado, aunque sin mayor alegría ni sorpresa, que la desesperación lo vuelve a uno atractivo. La serenidad, en cambio, -descubro con tristeza- termina por irritar a todo el mundo.

miércoles, octubre 03, 2007

Aitona, aitite, abuelo...

De la historia sólo sé como termina y jamás pregunté por el principio. Podría con un poco de esfuerzo inventar algo o tal vez combinar lo que escuché con algún otro relato conocido, como cuando apretó una bala en un yunque y le dio un tremendo martillazo, pero después de todo tampoco puedo ya saber si esa historia es verdadera o fue algo que inventó aquella vez que le pregunté por esa cicatriz que tenía sobre su ceja. Tampoco sé qué edad tendría él entonces, pero imagino que el ceño viril de la infancia empezaba a ceder al asedio de perplejidades novedosas que la chacra modesta, con su imperceptible molicie de sol y de silencio, no alcanzaba a conjurar. No sé porqué siempre he pensado que fue a la siesta, a pesar de que el “demonio del mediodía” apadrina mejor la indolencia que la abrupta rebeldía, demasiado dramática para la hora de las sombras cortas. Lo veo buscando apurado sus pocas pertenencias por el rancho e improvisando un atado de linyera ante la callada mirada de su padre. La discusión, si la hubo, fue sin dudas breve. Después, sin mirar atrás, como se hacen esas cosas, la furia y el temor pesando por igual en el atado, se largó a campo traviesa. El trigal ni se movía bajo el calor aplastante, apenas se oía el tímido arañazo de las espigas contra los pantalones recios y el crujido de su paso largo “picoté par les blés” -como diría otro gran caminador-, pero más airado que feliz.
Es posible que fueran justamente sus pies los primeros en advertirlo. Un mínimo temblor a contramano de la quietud de la tierra desmayada. Después el sonido inconfundible de los cascos contra el suelo. Inútil correr, pero tal vez lo hizo. El primer lonjazo le cruzó la espalda. Trató de protegerse la cabeza mientras el caballo giraba a su alrededor y los furiosos golpes del rebenque se descargaban como rayos desde el cielo. Al fin, la mano del padre lo alzó de los pantalones y lo soltó sobre el lomo reluciente, cruzado boca abajo. El caballo volvió al paso. Su grupa transpirada camufló piadosamente un par de austeras lágrimas de rabia.