Trabajo rodeado de libros. La semana pasada se cortó la luz y decidí hacer un experimento, algo parecido a la antigua bibliomancia. Caminé entre las estanterías a oscuras y tomé un libro al azar. Cuando lo llevé hacia la luz descubrí que eran las cartas de Louise Jacobson.
Louise Jacobson hubiera cumplido hoy, 24 de diciembre, 89 años. Pero vivió muy pocos. En 1942, por una denuncia anónima, la detuvo la policía de la París ocupada por no llevar la estrella amarilla. Pasó por la prisión de Fresnes, el campo de Drancy y fue deportada a Auschwitz donde murió en las cámaras de gas en agosto del 43. Tenía 18 años.
En sus cartas, escritas desde Fresnes y Drancy, frente a esa maquinaria letal a la que fue entregada cobardemente, trata de dar ánimo a su padre, a sus hermanos. Se plantea, sin embargo, tímidas dudas sobre la bondad humana. Me quema esa frase en su carta.
La historia de Louise, similar a la de Dora Bruder, rescatada del olvido por un librito de Patrick Modiano, y a la de tantos otros, señala qué poco hay que raspar para alcanzar el envilecimiento de una sociedad, qué poco se necesita para que alguien sea capaz de entregar a la muerte a su vecino. Es ese ejercicio de tercerización del resentimiento en un poder mayor que siempre encuentra una excusa para justificar cada vileza. Pero el acto queda.
Lo hemos visto, lo vemos hoy y lo volveremos a ver.
martes, diciembre 24, 2013
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