martes, julio 31, 2007

¿Califica?

Me desvelé a la madrugada después de haber soñado que me destruían mi banco de trabajo. Más tarde me caí desde una altura considerable mientras sostenía una tabla. Casi me rompo una pierna y la tabla hizo una marca fulera en la pared recién pintada. Comprobé que algunas de las tablas que hice cortar para terminar la biblioteca van a quedar cortas. Salí para el trabajo y un pájaro me cagó sobre la bufanda. No tenía plata para el subte y pasé por un cajero. Una vieja intentó colarse. Pobre mujer, eligió mal día para hacerlo. LLegué al trabajo, prendí la PC y descubrí que el cursor no se movía. Tuve que ajustar el plug del mouse y reiniciar la máquina. Sonó el teléfono, atendí, preguntaron por mi jefa (que no está) y tuve que mentir. Me anunciaron un tremendo kilombo intralaboral. La única buena noticia del día es que probablemente me despidan.

¿Son suficientes los elementos de esta enumeración para calificar a este martes como un verdadero DÍA DE MIERRRRRDA?

Update: Lo que faltaba: ahora resulta que podría llegar a ser psicótico.

jueves, julio 26, 2007

Isn't she lovely?

Escena: Mediodía, en el subte, entre madres y niños de vacaciones.

She: -Menos mal que me saqué el abrigo, si no me ahogo. Yo no sé cómo aguantás vos con esa campera.
Me: -Es un truco que aprendí hace muchos años...
She: -La indolencia...
Me: -...

miércoles, julio 25, 2007

Cena romántica

Escena: restaurant francés, su cumpleaños.

She: -Ah, no te conté, al final hoy me hice la ecografía mamaria. ¿Te cuento?
Me: -¡Pero claro! Tengo toda la noche.
She: - Bueno, mis tetas no son tan grandes...
Me: -...

lunes, julio 23, 2007

Lo real

Cualquier lector de Balzac sabe, aun si no ha tenido la experiencia de lo real, que la pensión es el refugio de los desclasados. Durante un tiempo viví en una que tenía por nombre el apellido del español pequeño y desconfiado que la regenteaba. Yo la llamaba la pensión Wakefield, no porque su nombre verdadero fuera menos literario, sino porque quedaba a la vuelta de la que acababa de dejar se ser mi casa. Quebrado como estaba, me acomodé rápidamente al catálogo de calamidades y miserias que adornaban el lugar. Me tocó una pequeña habitación que alguna vez había sido amarillenta. A mi izquierda vivía un viejo tuerto que lucía una camiseta sin mangas, inamovible como su ojo de vidrio. Dos ocupaciones monopolizaban su celo: pulsar azarosamente las cuerdas de una guitarra y mirar “Chiquititas” a todo volumen entre las rayas de un televisor en blanco y negro. El hombre no sabía tocar el instrumento y tampoco se molestaba en aprender, ni siquiera en afinarlo. Simplemente rasguñaba las cuerdas durante horas al dictado de su capricho.
A mi derecha vivía una familia de enanos integrada por un padre y su hija. Ella opinaba que un hombre que pasa más de un mes sin coger es, sencilla y necesariamante, homosexual. Posiblemente fue pura casualidad que me diera a conocer esa opinión al mes de mi llegada a la pensión. He sido siempre deficiente en eso de interpretar gestos, señas, ultimátums.
Una tarde de sol subí a la terraza a lavar un jean en el laundry de la pensión: dos piletones con tabla de madera y un pan de jabón blanco. Mientras enjuagaba la prenda subió una espléndida rubia en bikini rosa y se tiró a tomar sol. Pronto empezamos una conversación: “¿Vos a qué te dedicás?” arrancó ella. “Yo doy clases” contesté “¿Y vos...?” “Yo hago la calle”. Yo hasta entonces pensaba que esos diálogos sólo podían ocurrir en un película barata. Pero no. También se dan en lo real o, al menos, en las pensiones.

lunes, julio 16, 2007

Señales

Cuando mi nuevo vecino me golpea la puerta para pedirme con urgencia algo que sirva para improvisar un disfraz porque tiene una fiesta esa misma noche, cuando el lunes siguiente un trámite me requiere en una esquina en la que hay una casa de disfraces que jamás había advertido, cuando esa misma tarde una vieja amiga me manda un mail para invitarme a su fiesta de cumpleaños y en el "flyer" adjunto descubro que hay que ir rigurosamente disfrazado, no tengo el menor escrúpulo en confesar que tiendo a interpretar estos hechos lisa y llanamente como "señales". Compulsión de repetición, dirá el Freud de turno, caprichos del azar, los descreídos en general. Es posible, no me escandalizan esas reservas, y por eso no insisto y no menciono esa sensación en la espalda, esa leve presión como de preñez del aire, grávido de acontecimientos en ciernes. Ni siquiera me preocupa si la novedad que se prepara es buena o es mala, indulgente u ominosa.
Porque de cualquier modo, yo soy un concienzudo ignorador de señales, y, naturalmente, jamás asistí a la fiesta.

jueves, julio 12, 2007

Probé de todo, pero...

En mi mundo ideal todos tenemos que tener una granja de media hectárea con vaca apersogada. Si no me pueden prometer eso, vuelvan más tarde.

viernes, julio 06, 2007

Nascondi le cose lontane

Pocos días después de la mudanza me vi compelido a revisar aquellas cajas perennemente arrastradas de casa en casa durante muchos años. Se trata de esas cajas que una y otra vez había juzgado irreductibles. Cajas con fotos, cartas, diplomas de la infancia y todo un coro de viejas veleidades ya disfónicas.
Era de noche. Me senté en el suelo junto a una caja enorme bajo la desnuda luz de una bombita (Todavía no puse ni una lámpara). Empecé a sacar cosas. Tiré cuadernos, estampitas, postales, tarjetas, souvenirs, pedacitos secos de melancolía. Releí algunas cartas de esas, las que todos tenemos y ninguno nombra. Mientras revisaba, encontré un carnet de un club al que debo haber ido dos meses cuando tenía siete u ocho años. Tenía la foto en blanco y negro de un chico que no reconocí. "Parece la foto de un chico muerto" pensé. El peinado con raya al costado, la camisa a cuadros, los ojos batiéndose en retirada. Le mostré la foto (¿mi foto?) a ella y lo dije en voz alta: "Mirá, parece la foto de un chico muerto". En ese exacto momento explotó la bombita con un ruido seco y ella pegó un grito. Nos quedamos casi a oscuras. Mirándonos mudos, en la piadosa penumbra.


Nascondi le cose lontane,
tu nebbia impalpabile e scialba,
tu fumo che ancora rampolli,
su l'alba,
da' lampi notturni e da' crolli
d'aeree frane!

Nascondi le cose lontane,
nascondimi quello che è morto!
Ch'io veda soltanto la siepe
dell'orto,
la mura ch'ha piene le crepe
di valerïane.

Nascondi le cose lontane:
Le cose son ebbre di pianto!
Ch'io veda i due peschi, i due meli,
soltanto,
che dànno i soavi lor mieli
pel nero mio pane.

Nascondi le cose lontane
che vogliono ch'ami e che vada!
Ch'io veda là solo quel bianco
di strada,
che un giorno ho da fare tra stanco
don don di campane...

Nascondi le cose lontane,
nascondile, involale al volo
del cuore! Ch'io veda il cipresso
là, solo,
qui, solo quest'orto, cui presso
sonnecchia il mio cane.

Giovanni Pascoli, Nebbia (1899)