Cierta vez, durante uno de esos períodos en los que me enfrento al absurdo de la maldad gratuita de la especie humana, escuché a un filósofo mediático sostener muy fresco que "la muerte lo borra todo". Mi indignación no podría haber sido mayor frente a lo que consideraba (y sigo considerando) un postulado asquerosamente optimista. La muerte acaba con la vida, es evidente, pero no borra el doloroso hecho de haber nacido, crecido y tenido que enfrentar al mal en una lucha desigual y desgastante. Tal vez no exista lo que se podría llamar "una memoria del Universo", pero no importa, nada cambia el hecho de haber vivido, de haber soportado las afrentas y las humillaciones.
Por eso me dio tanto placer encontrarme con este tremendo epígrafe en un libro de Ricoeur:
"Celui qui a été ne peut plus désormais ne pas avoir été: désormais ce fait mystérieux et profondément obscur d'avoir été est son viatique pour l'éternité"
Vladimir Jankélévitch
Por eso es tan escalofriante el postulado del "Eterno retorno".
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