Acomodando unos libros encontré un sobre cerrado. Era una carta fechada en 2004 dirigida a alguien que ya ha muerto hace un par de años. La tenue sensación entreverada de pudor y anacronismo que congeló mi mano por un instante no fue suficiente para evitar que finalmente abriera el sobre. Adentro había un folleto con información sobre cierto laberinto barroco, utilizado como "trampa erótica" por los caballeros de la primera mitad del siglo XVIII. Hasta ahí la cosa no tiene nada de extraño. Lo curioso es que esto haya sucedido en la misma semana en que empecé a desarrollar la unidad de mi seminario dedicada a los laberintos. Una vez más me veo tentado a interpretar la concomitancia de dos hechos particulares como una señal.
Una vez más voy a ignorar la señal.
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1 comentario:
Sincronicidad, se llama.
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