Que me volcaran encima una copa repleta de vino mediocre, puedo aceptarlo. Que me insultara durante casi toda la noche el mismo borracho impresentable que me la volcó, puedo superarlo. Que el lugar, el espectáculo (definitivamente NO me gustan los restaurantes con “show”), la comida y la conversación monopolizada por el ebrio fueran un anacronismo lamentable, puedo, en fin, sufrirlo casi sin desmayo. Pero que alguien crea que tiene el derecho de aburrirme durante tantas horas, eso es imperdonable.
Porque es aburrido asistir al despliegue de una bola de rencor que salpica al que está cerca solo porque el mundo es cruel -como si no lo supiéramos-. Porque la competencia para ver a quién trató peor la vida es estúpida. No siempre haber sufrido te garantiza la autoridad.
Nada es gratis, sin embargo. Como ha escrito Baudelaire en "El tonel del odio": el borracho de vino descansa cuando es vencido por el sueño, el borracho de odio no descansa jamás.
(...)La Haine est un ivrogne au fond d'une taverne,
Qui sent toujours la soif naître de la liqueur
Et se multiplier comme l'hydre de Lerne.
— Mais les buveurs heureux connaissent leur vainqueur,
Et la Haine est vouée à ce sort lamentable
De ne pouvoir jamais s'endormir sous la table.