miércoles, octubre 17, 2007

Repostería básica

Todas las tardes, al regresar del trabajo, transito las pocas cuadras que separan cierta boca de subte y mi casa. Métro, boulot, dodo es la fórmula que han encontrado los franceses para definir esta anodinia, si se me permite decirlo de esta manera no del todo "accurate". Pero de vez en cuando sucede que esa repetición se ve alterada por un episodio (qué lindo sería poder decir aquí "epifánico")inesperado, un auténtico "accidente". La semana pasada, sin ir más lejos, sentí un golpecito en el hombro que inmediatamente reconocí como una cabal cagada de paloma y sin embargo resultó ser una brutal escupida que comenzó a chorrear hacia la parte de adelante de mi campera por fortuna impermeable. Naturalmente continué caminando como si nada hubiera pasado para no dar a mi victimario (que presumo era un niño -incluso si no lo era- oculto en la impunidad de las alturas) la satisfacción de una reacción violenta o angustiada. Pero el episodio que más me ha conmovido no ha sido ese, sino otro que presencié hace unos días. Caminaba hacia mi casa y pasé frente a la puerta de una pensión que nunca había advertido. Y si esta vez la vi fue porque justo en ese momento se abrió de pronto y salió un muchacho de pelo largo y ojos desorbitados. El pelo lo llevaba atado con una cola de caballo y se podría decir que su sonrisa también era de caballo. Yo no sé si existe algo así como una "cara de loco", pero si tal cosa existiese el molde deberían sacarlo de la cara de aquel muchacho que se lanzó eufóricamente a la calle desde el interior de esa pensión que yo, hasta entonces, jamás había notado. Unos tres metros delante de mí caminaba una señorita de culo insoslayable, no por su belleza sino por el volumen, aunque William Blake ha escrito aquello de "Exuberance is Beauty" y quién soy yo para llevarle la contra. Y ciertamente el chico de la pensión era de la misma opinión que el célebre protorromántico porque apenas divisó -a la luz de un supermercado chino- con sus desorbitados ojos las asentaderas no menos desorbitadas de la muchacha lanzó una especie de chillido animal que me sobresaltó. Inmediatamente buscó mi mirada para compartir el descubrimiento de ese, pongamos, yacimiento de fantasías, pero ante mi poco solidaria negativa a conceder mi complicidad, devolvió su atención al culo insoslayable y ya fugitivo de la señorita al que le dirigió, antes de perderse en el supermercado chino, esta metafórica exclamación: ¡Qué rrrica torrrrrta!!!

5 comentarios:

El Trompo Promiscuo dijo...

"QUE BUEN (H)ORRRRRRRRRRRR..... NNNNNNNNOOOOO!!!!"

Satamarina dijo...

Así quiero que escriba Tacts, me hizo reírrrr

Salutti

Anónimo dijo...

el molde, la cara.... la......

taz

Roedor dijo...

Y sí, un culo estentóreo desequilibra a cualquiera.

Charlotte dijo...

A mí me gustó lo de culo insolayable y fugitivo. Perfecto. Le dejo un beso MArgaret.