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Debí saber que Manantial me iba a dejar plantado. Pero cuando el viernes a la tarde me avisaron que me dejaban dos entradas a mi nombre para ver a Iggy fue al primero que se me ocurrió llamar. Lo esperé media hora mirando la lluvia. Mi entusiasmo se iba amargando gota a gota con la espera, que pronto empecé a sospechar inútil. Media hora y dos llamados después me tomé el subte, pasé por las entradas y corrí a casa a cambiarme. Hice el último intento con Manantial y como por tercera vez me respondió el contestador, lo llamé a T. y le rogué: ¡Salvame, Carlitos! T. justo salía de jugar al fútbol y me salvó. Nos encontramos en Campos Salles y Libertador y corrimos como dos locos hasta Muni. Llegamos con la iguana sobre el escenario cantando No fun, yo a las puteadas y pensando que si los rockers se han vuelto puntuales, entonces sí, todos los valores se han perdido sin remedio. Para colmo, ni siquiera habíamos tenido tiempo como para una verdadera entrada en calor (y no me refiero a correr más cuadras). Lo vimos de lejos, sintiendo en el cogote el viento fresco del río. Pero no siempre la geografía es la que impone las distancias más arduas. Yo pensaba con cierta nostalgia en las otras tres veces que lo vi, tan diferentes. Pero estaba feliz, porque hasta la tarde no podía creer que Iggy venía y que yo no iba a estar ahí. Las entradas cayeron de las alturas, y eso ni siquiera las había pedido, pero se ve que mis viejos amigos todavía me recuerdan (A mí y a mis modestos fanatismos). Gracias por eso.
A la salida me encontré con V. (mi ex-room-mate). Curiosamente a la mañana siguiente tenía que pasar a buscar algunas de las cosas que me habían quedado en la casa que compartíamos. Entre ellas el maldito lavarropas, que pesa una tonelada.
El lunes amanecí resfriado y me resigné a pasar el día en cama con mis 38 grados. Muy lindo todo, Iggy una fiera, como siempre, pero la próxima por favor, chicos, háganlo adentro. Gracias.
miércoles, septiembre 27, 2006
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2 comentarios:
almirante: hasta hoy lo había admirado en silencio. después de este relato, no puedo más que admirarlo en voz alta.
Lucía: Y sí, porque correr tantas cuadras a esta edad... es digno de admiración...
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