(Dedicado a O., amigo y santo bebedor, que mientras escribo esto espera un trasplante de la víscera sagrada.)
Al tío Marto no lo conocí, porque en rigor el tío Marto no era tío abuelo mío, sino de mi madre (era, en todo caso, mi tío bisabuelo, si se admite esa improbable categoría). Su madre, Felipa Maya (mi tatarabuela), había venido a la Argentina solita a los 13 años desde el país vasco. Según me contaron, era una mujer bravísima. Tengo en mi escritorio una foto suya, ya anciana. Se la ve con las canas peinadas tirantes hacia atrás y unos enormes anteojos redondos. Pero nada de eso logra disolver ni disimular cierta ferocidad en su mirada.
Felipa crió con severidad a sus dos hijos: Juan (mi bisabuelo) y Marto (¿Es necesario que aclare que realmente se llamaba así y que no era un sobrenombre?). Ya desde ese espléndido nombre la historia de este tío fue siempre para mí la más atractiva de todas las historias familiares, y me atrevo a decir que a pesar de no haberlo conocido es acaso el personaje de mi familia que más me seduce. Tal vez esto es así simplemente por el hecho de que tío Marto era borracho. Como dice Cortázar a propósito de Keats, “uno tiende siempre a hablar con excesivo cariño de los miembros de su club”. Nunca sabré si tío Marto era alcohólico (como me dicen) o borracho por decisión moral (como me gustaría creer), pero en cualquier caso era un verdadero bebedor. Cuentan que cuando iba a saludar a la temible Felipa, se acercaba a besarla y se tapaba la boca con el poncho justo en el momento en que soltaba su “¿Qué dice, madre?”, para que la vieja no le sintiera el olor a alcohol. Tengo desde chico esa imagen en la cabeza como si la hubiera visto, pero no la vi, sólo escuché la historia varias veces.
Pero afirmarse en un vaso para soportar el mundo no es gratis –lo sabemos-, a cierta edad la máquina te pasa la factura y el tío Marto no fue la excepción: empezó a ver cosas moverse por las paredes de su habitación y treparle por las piernas. El diagnóstico fue inequívoco: delirium tremens. A partir de entonces el cuerpo de tío Marto ya no pudo salirse de la telaraña de la ciencia médica. Al poco tiempo le detectaron problemas cardíacos. Tenía el corazón demasiado grande y le dolía. En el tremendo delirio del mundo el corazón gigante y agitado de licores del tío Marto paría bestias horrendas que se cebaban en él. Y al tío Marto le dolía. Le dolía tanto su enorme bomba preñada de monstruos que una tarde se encañonó el pecho y se metió un balazo en pleno corazón. Lo aprendimos de chicos: el fuego es el justo destino de las cosas sagradas.
Suscribirse a:
Comentarios de la entrada (Atom)
12 comentarios:
Gracias.
Bater: De nada. Pero ¿Por qué?
clap clap clap.
Maravillosa historia, maravillosamente escrita.
el fuego y el agua, almirante, son dos de los elementos que el hombre no podrá dominar jamás
Gracias, Mer, ud. es muy generosa. Bien o mal escrita, mi único mérito es haber podido redactarla en unas condiciones completamente hostiles.
Carissimo: Lo del fuego no se lo acepto porque soy pirómano. Lo del agua tampco, porque soy almirante.
Bacco, tabacco e venere riducono l'uomo in cenere..
Mi Nono jamás dejó de repetir, que el buen bebedor ardía primero.
Disfruté de todas las historias de sus tíos abuelos. Espero que sigan viniendo.
Mía: Iban a ser seis, pero me quedo en cinco. Me gustan los impares. Saludos.
Vidas de bengala: se consumen rápido, pero brillan tanto a veces!!!
Buena manera de hacer bello lo terrible Almirante. Dele pa' delante!!
lo de no lo acepto, no lo acepto porque soy caríssimo
Milkus: Muchas gracias.
Carissimo: ud. es un grande.
El no tenía por qué llamarse Marto...
Imágenes muy surrealistas. Me encanta como escribes.
Dios le conserve la pluma.
Le recomiendo enormemente un film que Thomas Mann recomendò: de Billy Wilder "The lost weekend" ("Días sin huella") con Ray Milland.
La mejor descripciòn del alcoholismo realizada en Hoollywood, despuès de "Un dìa en la vida de George W. " de Bowling for Farenheit.
Publicar un comentario